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sábado, abril 20, 2024
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La leyenda de los volcanes, una historia de amor que perdura en el tiempo

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El Popocatépetl y el Iztaccíhuatl son iconos de la mitología mexicana, una historia de amor que perdura a través del tiempo y que podemos disfrutar en paisaje.

Es cierto que cuenta con múltiples versiones que buscan dar una explicación de la presencia de ambos volcanes en el Valle de México.

Se trata que, de acuerdo a la mitología mexica, Iztaccíhuatl fue una princesa que se enamoró de Popocatépetl, uno de los guerreros de su padre.

El padre de la princesa envió al guerrero a una batalla, prometiéndole la mano de su hija si regresaba victorioso y con la cabeza de su enemigo en la lanza.

Tiempo después el guerrero regresó con las promesas cumplidas, por lo que recibió un festín debido a su victoria. Sin embargo, su triunfo se vio opacado, ya que la princesa había muerto repentinamente.

Con el corazón roto, llevó el cuerpo de su amada a un monte y los dioses la convirtieron en volcán inactivo. Después, el guerrero tomó una antorcha y prometió que ningún huracán, por más fuerte que llevara sus aguas, apagaría el fuego con el que vela el cuerpo de su amada.

Debido a esto, los dioses le entregaron la eternidad convirtiéndolo en volcán a cambio de custodiar a la princesa Iztaccíhuatl.

Otros relatos

Otra versión cuenta cómo Tezozómoc, el padre de Iztaccíhuatl, envió a la guerra a Popocatépetl, prometiéndole la mano de su hija si regresaba victorioso, aunque el padre de la princesa no deseaba que ella se casara con el guerrero.

Iztaccíhuatl recibió noticias de que su amado había muerto en batalla, provocando su muerte por la pena sufrida. En esta versión, Popocatépetl también resultó victorioso, pero murió de tristeza al regresar de la guerra y enterarse del trágico destino de su amada.

Ante este escenario, los dioses se conmovieron de los enamorados, cubriéndolos con nieve para ser transformados en montañas.

Una variación del relato anterior indica que la noticia de la muerte de Popocatépetl habría sido difundida por un guerrero enemigo, con la esperanza de que Popocatépetl se retirara de la guerra al enterarse de los pesares sufridos por la princesa.

En esta versión, Popocatépetl descubre con pesar la muerte de Iztaccíhuatl y lleva su cadáver hasta una montaña, para depositarlo sobre una cama de flores y custodiarlo con una antorcha encendida.

Así, es el padre de la princesa quien descubre dos nuevos volcanes, indicando a su pueblo que su hija y el guerrero Popoca fueron convertidos en volcanes por los dioses.

Todas las historias terminan en una trágica historia de amor, pero convirtióndola en leyenda al perdurar a través de los tiempos.

Poema de José Santos Chocano
(El Idilio de los Volcanes)

El Iztaccíhuatl traza la figura yacente
de una mujer dormida bajo el Sol.
El Popocatépetl flamea en los siglos
como una apocalíptica visión;
y estos dos volcanes solemnes
tienen una historia de amor,
digna de ser cantada en las compilaciones
de una extraordinaria canción.
Iztlccíhuatl hace miles de años
fue la princesa más parecida a una flor,
que en la tribu de los viejos caciques
del más gentil capitán se enamoró.
El padre augustamente abrió los labios
y díjole al capitán seductor
que si tornaba un día con la cabeza
del cacique enemigo clavada en su lanzón,
encontraría preparados, a un tiempo mismo,
el festín de su triunfo y el lecho de su amor.
Y Popocatépetl fuése a la guerra
con esta esperanza en el corazón:
domó las rebeldías de las selvas obstinadas,
el motín de los riscos contra su paso vencedor,
la osadía despeñada de los torrentes,
la acechanza de los pantanos en traición;
y contra cientos y cientos de soldados,
por años gallardamente combatió.
Al fin tornó a a tribu (y la cabeza
del cacique enemigo sangraba en su lanzón).
Halló el festín del triunfo preparado,
pero no así el lecho de su amor;
en vez de lecho encontró el túmulo
en que su novia, dormida bajo el Sol,
esperaba en su frente el beso póstumo
de la boca que nunca en la vida besó.
Y Popocatépetl quebró en sus rodillas
el haz de flechas; y, en una solo voz,
conjuró la sombra de sus antepasados
contra la crueldad de su impasible Dios.
Era la vida suya, muy suya,
porque contra la muerte ganó:
tenía el triunfo, la riqueza, el poderío,
pero no tenía el amor…
Entonces hizo que veinte mil esclavos
alzaran un gran túmulo ante el Sol
amontonó diez cumbres
en una escalinata como alucinación;
tomó en sus brazos a la mujer amada,
y el mismo sobre el túmulo la colocó;
luego, encendió una antorcha, y, para siempre,
quedóse en pie alumbrando el sarcófago de su dolor.
Duerme en paz, Iztaccíhuatl nunca los tiempos
borrarán los perfiles de tu expresión.
Vela en paz. Popocatépetl: nunca los huracanes
apagarán tu antorcha, eterna como el amor…

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