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martes, marzo 19, 2024
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¿Por qué les enseñan a las mujeres a ser miedosas?

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Te compartimos la historia de una mujer bombero que enfrentó sus miedos y nos comparte su experiencia:

Al ser una de las primeras mujeres del cuerpo de bomberos de San Francisco podía esperar que me preguntaran si tenía la habilidad física para realizar el trabajo (a pesar de que fui atleta en mi juventud), pero jamás esperé que me cuestionaran sobre algo que me han preguntado con mucha frecuencia: “¿No te da miedo?”.

Es extraño —y ofensivo— que mi valentía sea puesta en duda. Nunca escuché que les preguntaran algo así a mis colegas hombres. Al parecer, el miedo es una cuestión de mujeres.

El condicionamiento al miedo empieza desde temprana edad. Muchos estudios han demostrado que las actividades físicas —deportes, jugar en exteriores— tienen una relación directa con la autoestima de las niñas. A pesar de ello, siempre se les advierte que deben evitar hacer cualquier cosa que implique algún riesgo.

Hace poco una de mis amigas admitió que le pide a su hija que sea más prudente que a su hijo. “Es que ella es muy torpe”, dijo. Le pregunté si los niños torpes no deberían arriesgarse también.

Mi amiga estuvo de acuerdo conmigo, aunque parcialmente, pues podía ver cómo su instinto maternal y su feminismo luchaban … y este último estaba perdiendo.

Yo también fui una niña torpe. También fui tímida y me asustaban muchas cosas (los niños mayores, lo que podía estar debajo de mi cama, la escuela). Pero era fanática de National Geographic y sabía todo sobre Lancelot y los Caballeros de la Mesa Redonda. Ninguno de estos personajes hablaba de miedo, solo de valentía, de explorar y de hazañas emocionantes.

Así que me subí a una bicicleta y descendí por una calle empinada (y me estrellé contra un auto), me deslicé en trineo por una colina congelada (y choqué contra un árbol) y no recuerdo que mis padres estuviera aterrorizados, más bien parecía que entendían que los accidentes son parte de la niñez.

Los percances solo significaban que tenía que intentar de nuevo. Cada vez que vencía al miedo y a la adversidad física me sentía más confiada.

Hace poco le pregunté a mi madre por qué nunca intentó detenerme y me respondió que mi abuela había sido muy miedosa: “Me desanimó tanto a iniciar aventuras… Quería que tú tuvieras una niñez más emocionante”.

De acuerdo con un estudio del año pasado de The Journal of Pediatric Psychology, mi madre es una excepción a la regla, pues los padres les piden “que tengan cuidado a sus hijas cuatro veces más que a sus hijos” luego de un accidente que no ponga en riesgo la vida, pero que sí amerite una visita a Emergencias.

Parece que es una advertencia razonable, pero hay un inconveniente que los investigadores notaron: “Es menos probable que las niñas intenten actividades físicas que les supongan un reto y las ayuden a desarrollar nuevas habilidades, que los niños”. Este estudio evidencia una verdad incómoda: Pensamos que nuestras hijas son más frágiles, tanto física como emocionalmente, que nuestros hijos.

Nadie está diciendo que está bien lastimarse o que las niñas deberían de ser imprudentes, pero es importante que asuman riesgos.

Cuando a una niña se le enseña que una buena razón para no subirse al tubo de bomberos del parque es que puede rasparse la rodilla, ella aprende a evitar las actividades que la sacan de su zona de confort; así, pronto considerará muchas situaciones como provocadoras de miedo, cuando en realidad solo son estimulantes y desconocidas. El miedo se convierte en algo femenino, algo que se espera que las niñas sientan y que lo expresen así.

Cuando son mayores, este miedo se manifiesta en las mujeres al tomar decisiones de manera deferente y asustadiza. Tratamos de imponernos al miedo al obligarnos a nosotras mismas a “echarnos para adelante”.

Debemos deshacernos de ese lenguaje de miedo tan dañino (“¡Ten cuidado!”, “¡Qué miedo!”) y en su lugar utilizar las mismas palabras de valentía y resiliencia que les decimos a los niños. Necesitamos alentar a las niñas a que dominen las habilidades que en principio parecen difíciles, incluso peligrosas. Y que no es “adorable” que una niña de 10 años grite: “¡Tengo mucho miedo!”.

Claro que tuve miedo muchas veces cuando trabajé como bombera. Igual que mis compañeros. Pero el miedo no era razón suficiente para darnos por vencidos. Dejaba a mi miedo en donde pertenecía: muy lejos de mi concentración, mi confianza y mi valentía. Y me dirigía, junto con mi equipo, hacia el edificio en llamas.

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Fuente: nytimes.com

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